DIARIO DE VIAJE


FITO PAEZ

1ra. Edición:
2016
Editorial: Planeta
Prólogo: Martín Rodríguez



Como si fuera "un reality" show que expone "sin filtros" todo lo vivido, Fito Páez disecciona en "Diario de viaje" un 2015 rebosante de experiencias que descubren sus muchas facetas.
"Es un diario y son pasajes. Desde una situación muy salvaje en una sala de ensayo a contar un momento de intimidad con tus hijos. También pasas a contar un sueño erótico que tuviste en un vuelo a Puerto Rico a simplemente contar el momento donde la luz era hermosa".

El Fito padre, el Fito enamorado, el Fito músico, el Fito humano y un tanto enfermizo, el Fito pasado y presente, entre tantos otros, se conjugan en este "Diario de viaje (algunas confesiones y anexos)"
Si bien el diario va dirigido a sus seguidores, que en él descubrirán "todo" porque es un relato "descarnado, como un reality, salvaje" y "casi sin filtro" del 2015 que vivió su autor, sirvió a la vez de ejercicio de autoanálisis.

En los textos, que fue escribiendo en papeles, servilletas o su ordenador, abundan las palabras de cariño hacia sus hijos, Margarita y Martín, y su novia, Eugenia.



Páez se descubre como alguien agradecido y sereno, feliz de estar viviendo. 
Lo reflejan también las decenas de fotografías, muchas de ellas de lo más personales, que colman este álbum de recuerdos.

También rememora la grabación del disco "Enemigos íntimos" con Joaquín Sabina, a finales de los noventa, y regresa al presente para relatar la dureza de las giras, donde entre aviones y habitaciones de hotel se descubre a un Páez humano y enfermo que debe superar el agotamiento para salir a cantar.

El autor del álbum "El amor después del amor" (1992), el disco más vendido de la historia del rock en Argentina, no escatima tampoco en el libro palabras bonitas hacia algunos de sus colegas, como Mercedes Sosa, fallecida en 2009, o Charly García.

Interrogado respecto a la ola de violencia que azota al país, Páez prefirió decir que es un fenómeno que "forma parte del imaginario popular colectivo" y que se da en todo el mundo, que "cada vez está más chiflado".


UN ADELANTO

17 de noviembre
La llamo a Mecha Iñigo, la novia de Charly, y le digo que queremos ir con Eugenia y mis hijos a darles cariños y llevarles unos regalos. Me dice que por supuesto. Ok, sábado a la tarde era ideal porque estábamos todos. Mis hijos aman a Charly porque han crecido con su música y porque su padre les ha contado todas las historias que se le puede contar a un niño de entre tres y quince años. Lo otro, mucho de lo otro, ya se lo comienzan a imaginar.

Salimos en un taxi rumbo a Barracas, que era donde se encontraba la clínica donde estaba internado nuestro genio de titanio. A medida que nos acercábamos fue inevitable pensar que Charly estaba internado en los márgenes de la ciudad donde nació, escribió y vivió toda su vida. Y que aquel lugar, paradójicamente, parecía el del exilio.

Él quiso algo imposible. Yo también. Aún lo intentamos. Entonces, ya sabemos de su particularísimo método de maravillización del mundo. Ok, para el que no lo sepa le cuento que es real. Solo hay que tener sensibilidad y ser un poco piola para darse cuenta de que todo lo que ha tocado este hombre dentro del lenguaje musical y en la vida de algunas personas (entre quienes me incluyo) se ha maravillizado.
 


Llegamos con flores para Mecha y un libro de Taschen sobre cine noir para Charly. Tenía una botella a medio llenar de Johnnie Walker negro y un paquete de Marlboro también por la mitad. Nos reímos, nos abrazamos, contamos chistes. 
Yo me quedé a su lado y los demás en la cama de enfrente. “Charly, qué pena tantos viajes… Este año vi poco a mis hijos, no pude estar cerca tuyo todo lo que hubiera querido… ¡Estoy harto de viajar!”, le digo con tono sincero pero algo sobreactuado. A lo que él responde: “Ay, ¡mirá cómo sufre el señorito! Yo, sin embargo, cuando bajo esas persianas estoy en París, en New York, en Los Ángeles, donde quiera…”
Otra vez. Implacable. Demitificador y positivo. Con todo su impedimento físico, igual no aflojaba. “Esa careta idiota que tira y tira para atrás”. Aquella línea de El Fantasma de Canterville, escrita sobre mediados de los 70 no era una frase ingeniosa solamente, era uno de los eslabones más enérgicos y auténticos de su ADN.

Me dice que va a grabar el álbum nuevo en el Hotel Faena, que después va a ir a los estudios Criteria en Miami a no sé qué, y después a terminarlo con Joe Blaney en NYC.
–Ok: ¡ponelo ya! –le digo.
Escuchamos todo el álbum con el ritual de siempre. Él gesticulaba y balbuceaba algunas letras y yo acompañaba, también gestualmente. En absoluta conexión telepática, sabiendo en muchos casos que lo que vendría a continuación. A ninguno de los dos nos sorprende ya este efecto. Todo era increíble. 

Él en la cama. Mis hijos detrás. Nuestras novias mirándonos como a dos locos, y la música y las palabras que salían de aquel parlantito atado a la agarradera de la cama ortopédica en aquella habitación en las orillas de una ciudad que se olvidó de todo.
Cuando termina le digo que hay que grabarlo ya. Y así iniciar la aventura del registro con una banda de músicos y luego la mezcla por todos los lugares que me había enumerado minutos antes. Me responde: “No, ya está hecho”.

Después puso una canción del último álbum de David Crosby que contrastaba totalmente con la estética de lo que acabábamos de escuchar y allí volvés a descubrir ese espíritu infinito que se llama Charly García. 
La obra de Crosby era de una prolijidad y un refinamiento de grabación superior. Él, Charly García, había grabado en varios iPads y estudios prestados durante el último año y había logrado una obra salvaje y refinada como un cuadro de Pollock o Basquiat. ¡Cuidado!, los dos materiales eran impecables. Uno surgido de un espíritu caótico, en llamas. El otro de un hombre entrado en años, viejo aristócrata del canto blanco de la costa oeste norteamericana.

Antes de irme me dijo con esa mirada de niño travieso:
–Le pregunté a Joe cómo podía hacer para levantar la calidad del disco. ¿Sabés qué me contestó?
–No –le respondí.
–Ponelo en un ascensor.

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